Y la calle se tiñó de sangre estudiantil
JULIÁN ANDRÉS ORREGO ÁLVAREZ
- DILAN CRUZ
PRESENTES! PRESENTES!
PRESENTES!
Colombia, vive sin duda alguna uno de los momentos históricos más
relevantes de los últimos tiempos en materia de movilización social. Y lo es,
porque si bien la movilización social anteriormente se había dado, esta se
caracterizaba por estar limitada a sectores
determinados de la población y se hacían de manera aislada.
Por un lado iban los estudiantes, por otro los profesores, por otro los indígenas y así se iban decantando dichos movimientos logrando la conquista de algunos derechos o prebendas para sector en particular.
Pero la actual coyuntura ha tenido dos elementos que la han caracterizan
UNIDAD Y JUVENTUD. Por un lado, el paquetazo de medidas económicas que había
anunciado y que está implementando ya el subpresidente Duque: reforma
tributaria, reforma pensional, reforma laboral y la deshonesta ley Arias entre
otras; amen de la actitud connivente con la muerte de líderes sociales y el
reversazo a la paz que ha hecho que país regrese a la zozobra vivida durante
las últimas seis décadas, han hecho que esas luchas antes desarticuladas,
tengan hoy un referente común y tengan profesores, estudiantes, obreros, amas
de casa, pensionados y mujeres UNIDOS en
grandes movilizaciones y cacerolazos en rechazo a las políticas del actual
gobierno y en demanda de mejores
condiciones de calidad de vida para el pueblo.
De otro lado, tuve oportunidad de marchar el 21 de noviembre, y otro de los
aspectos que me llamo la atención fue, el protagonismo de los jóvenes, hecho
este que me llenó de emoción pues casi siempre los que marchábamos éramos
veteranos sindicalistas, sobrevivientes de vieja data y que habíamos visto
sucumbir a muchos de nuestro compañeros bajo las balas asesinas, aunque también
siempre había representantes juveniles.
Pero este 21 de noviembre y en las
marchas posteriores un nuevo protagonista se ha tomado las calles. Bueno, lo
nuevo no es tanto. Los estudiantes siempre han sido protagonistas de las luchas
en nuestro país pero a diferencia de movilizaciones anteriores, esta vez los
estudiantes se ha tomado de manera masiva las calles, contagiándonos con su
alegría, con su arte, con su energía y con sus ganas de luchar por un mejor
país, por un país en el que quepamos todos.
Se trata de una juventud que está entendiendo que vivimos en un país sin
futuro, en país enajenado por gobernantes apátridas y corruptos al voraz
capitalismo extranjero que la bajo la forma de un “neoliberalismo” lo consume
todo: seres humanos y naturaleza.
Se trata de una juventud, que ve como la puertas de las universidades
públicas se cierran por falta de cupos y las privadas por falta de dinero; una
juventud que ya sabe que nunca se va a pensionar, que ya sabe que la esperan unas precarias y paupérrimas condiciones salariales, una juventud que está
renunciando al llamado de la biología a reproducirse porque ve con desesperanza
que no hay futuro para sus hijos y que duras penas podrán sobrevivir ellos
mismos.
Se trata de una juventud desencantada, que ha visto como el Estado se ha
convertido en el negocio privado de unas pocas familias y como la corrupción ha
sentado sus reales de tal modo que ese Estado languidece incapaz de sacudirse
de semejantes hienas.
Una juventud que ve como ese derecho fundamental a la paz y el que se han
empeñado tantos esfuerzos para conseguirla, ahora ve como un gobernante la hace
trizas sin importarle para nada el costo humano y social.
Una juventud que ve como el peso de los argumentos es utilizado para
soslayar las soluciones, mientras a sus espaldas se implementan las medidas
lesivas y en su contra tal y como vemos hoy, que mientras se invita a dialogar, el congreso
sigue impávido aprobando leyes en su contra tal y como está sucediendo, pues
por un lado se convoca al comité de paro, por el otro se aprueban en primer
debate la reforma tributaria y la desvergonzante ley Arias.
Es quizás este conjunto de factores desesperanzadores los que han hecho que
algunos jóvenes opten por medidas desesperadas haciendo de su accionar un grito
extremo: innecesario, dirán algunos,
pero que a la luz de los acontecimientos y de la lógica imperante en nuestro
país en donde solo a los violentos y a los armados se les presta atención, vean
como racional echar mano de las vías de hecho para hacerse escuchar.
Y dentro esta lógica de lucha desesperada de los jóvenes, dos casos
lamentables me mueven hoy a este escrito, pues se trata de la muerte temprana e
innecesaria de dos jóvenes, representativos de esa gran masa de juventud
desesperanzada de Colombia.
Dos muertes que se han dado en medio del fragor de los acontecimientos de
movilización y que como tal han pasado ser objeto de análisis por parte de los
detractores como muertes bien merecidas.
En el primero de los casos, de DILAN CRUZ, estudiante de último año de
secundaria, un joven cuyo único delito era participar de la movilización en
Bogotá, fue objeto del disparo de un miembro del ESMAD y herido de muerte cae
el suelo en medio del desespero de sus compañeros. Para minimizar el impacto
de semejante hecho los medios de comunicación procedieron a presentarlo como
chico díscolo y pendenciero al punto de que en la opinión pública se formó la
imagen de que trataba de un “buen muerto”.
El otro caso sucede en Medellín, en donde el joven Julián Andrés Orrego
Álvarez, estudiante de la Universidad de Antioquia que se encontraba en medio
de una acción de hacer estallar unos artefactos explosivos contra el piso,
muere en un confuso hecho en el que la filmaciones que han circulado en redes,
aparece involucrada una moto y sin embargo, no ha sido tenido en cuenta con el
fin de hacerlo aparecer como muerto por una “papa bomba” es decir “víctima de
su propio invento”. También este lamentable hecho fue minimizado por los medios de comunicación que
prontamente presentaron al joven como miembro de un grupo radical de la
universidad llamado “botas rojas” y como tal “un buen muerto” también.
La muerte se enseñorea en Colombia (1.245 homicidios en el 2018), hacen que
prácticamente estas dos muertes pasen desapercibidas, máxime se trata de
muertes asociadas a quienes vienen siendo penalizados con el mote de “terroristas”,
“izquierdistas” “castrochavistas” “enemigos del estado”, “vagos” “vándalos” y
por lo tanto, merecedores de tono el escarnio, incluida la muerte.
Para mí, esos jóvenes vuelvo y digo, son símbolo de esa Colombia desesperanzada,
ignorada, de esa Colombia no escuchada y que al verse así, echa mano de lo
único que hasta pareciera abrirse camino lamentablemente para hacerse escuchar.
La historia de nuestro país, está llena de ejemplos en la que solo, cuando se
acude a la violencia hay oídos para escuchar.
Por eso ahora, levanto la bandera de DILAN Y JULIÁN ANDRÉS y digo, que si
yo tuviera 20 y no 60 como tengo ahora, quizás también, viendo la situación de
mi país, consideraría la posibilidad de ponerme las botas rojas de JULIÁN
ANDRÉS. Paz en sus tumbas y que su muerte no sea en vano.
Medellín, diciembre 02 de 2019.
César Celis Rodríguez.
Triste realidad del país
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